La vida lleva sobre la tierra, de manera probada, año más, año menos, unos 3200 millones de años.
Las cianobacterias, verdaderas tatarabuelas de la vida que ya existían hace más de 3000 millones de años, aún hoy nos regalan sus verdores en cada arroyito y hasta en los cordones de la vereda en nuestros artificiales medios urbanos. ¿Podremos decir lo mismo, nosotros, dentro de ese increíble lapso de tiempo en el futuro?
Los humanos, nosotros, llevamos sobre la tierra no más de 150.000 años. En ese lapso, tan cortito que ocupamos, es nada más que el 0.005% de la historia de la vida. Los últimos 150 años (desde que se inició la revolución industrial), sólo un 0.1% de nuestra historia, nos hemos ocupado, sistemáticamente, de devastar cosas que a la naturaleza le ha tomado, a través de la evolución, no sin poca lucha, millones de años en producir... ¿Tenemos el derecho de hacerlo, aserrando irresponsablemente, la rama del árbol sobre la cual estamos sentados?
Las organizaciones que se dedican a “cuidar” y, sobre todo a cobrar jugosos subsidios dedicadas
abnegadamente al medio ambiente nos dicen, de manera alarmista por los medios: La salud de nuestro planeta es un desastre.
“Somos todos responsables”: si somos todos responsables, entonces nadie lo es...
Considerando que el 85 % de la riqueza del planeta está en manos de cerca del 15% de los humanos, y que el 10% más rico del planeta usa (y abusa) de casi el 90% de los recursos y energía... ¿No será hora de que piensen en vivir de una forma más austera, como vivimos (muchas veces obligados) en el resto del mundo?
La responsabilidad ante el medio ambiente, mal que nos pese, radica únicamente en nosotros. Podemos tomarla de manera infantil, cerrar los ojos, pretender que no existe, dejar que todo siga de la misma manera, desear que, simplemente mejore milagrosamente y sellar un destino muy poco prometedor, o podemos actuar como adultos y cambiar las cosas, está en nuestras manos.
El consumo consciente, el no derroche de bienes y energía, el no llenar agujeros del alma con objetos materiales o dinero, mediante el consumo compulsivo y adictivo, quizás puedan ser la clave...
Reciclado, reusado, reacondicionado, sustentabilidad, impacto ambiental, saneamiento, deberían dejar de ser bonitas y políticamente correctas palabras de moda para pasar a ser hechos concretos en la vida de todos los días. ¿Por qué no?
Mucho antes de que el medio ambiente tuviese un nombre, o que tuviese consciencia de sí mismo. Mucho antes de que existiesen países o banderas por las que se pudiese jurar.
Nuestros ancestros bien lo sabían, desde hace miles de años, cuando antes de matar un animal para comer, le pedían disculpas o, como hacen muchos pueblos aún hoy: le dan, compartiendo a la pachamama, parte de sus alimentos o bebidas, agradecidos, para que esa tierra, de la que salimos, y a la que tarde o temprano volveremos, no se enoje con nosotros, sus hijos.
Si no nos comprometemos a cuidar y a respetar nuestro medio ambiente, ¿podremos seguir existiendo nosotros?
Humildemente
propongo que practiquemos, al igual que el resto de los demás, y en palabras de
Eduardo Galeano, un undécimo mandamiento:
“Honrarás a la naturaleza de la que formas parte”
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